La dama Julia estaba sentada en su cuarto de costura, mirando el enorme bastidor en el que se mantenía extendido el tapiz de su vida. Había trabajado en él, en horas oscuras, robadas al sueño, durante casi setenta de los ochenta años que contaba, y en él había ido dejando, segundo a segundo, una parte importante de sí misma. Para ello usó los exquisitos hilos que trajo de D’Arken, siglos atrás, un antepasado aventurero. Alguien que los compró, según se …