


Los traicioneros páramos azotados por el viento resonaban con su risa plateada….
Desde el momento en que llegó a Yorkshire, Carla McAllister supo que nada volvería a ser igual. Tras la muerte de su padre, arqueólogo, había regresado de Egipto contenta de haber conseguido un puesto remunerado como dama de compañía en Milverton Hall, la gran casa que había iluminado su infancia, y ansiosa por servir a Caprice, la belleza radiante que una vez había montado tan alegremente al lado de Thorn Lytton.
Pero Caprice se había ido, se había desvanecido. Y la mujer con la que Thorn se había casado, la frágil y hermosa Elsa, estaba al borde de la locura. ¿Qué oscura tragedia había sucedido en aquel lugar, una vez feliz? Sólo Thorn parecía saberlo, y él estaba encerrado en una amargura que Carla deseaba traspasar, porque su enamoramiento de niña se había convertido en la pasión más profunda de una mujer.
Y de alguna manera inquietante, sentía que Caprice la estaba guiando, porque en esa casa envuelta en misterio, Caprice parecía seguir viviendo… deseando que Carla desentrañara los secretos y encontrara la felicidad que ella misma había perdido.
Descubriendo América, sí, bueno… ¡Qué le vamos a hacer!
«Caprice» fue la primera novela de romance que leí, y esta que te muestro fue la portada que tenía mi ejemplar (que presté y no volvió. Ya sabes, los libros son muy orgullosos, si los prestas raramente vuelven ;DD).
Por aquel entonces, ni imaginaba que pudiera existir algo así. Yo escribía fantasía, ciencia ficción y terror, pero siempre sentía que mis tramas no tenían sentido, ni me gustaban lo bastante como para tomarme la molestia de escribirlas, si no le añadía una historia de amor. Y no una cualquiera, ojo, sino algo que influyera mucho, de forma definitiva, en el contexto general de la obra. Una mezcla, algo…
No sabía, realmente, qué era lo que buscaba, pero intentaba encontrarlo.
Y me topé con «Caprice».
¡Eso era! ¡Misterio, intriga, sospechas, vestidos largos, ambiente del XIX y un protagonista atormentado y arrebatador! La presencia inquietante de un posible fantasma. Un enigma frío y denso como la niebla inglesa.
Una historia de amor, un romance, integrado en una buena trama de misterio.
Allí estaba lo que yo quería escribir.
Cómo conocí a «Caprice»
Hace mucho tiempo que leí «Caprice». Esta edición es de 1983 y posiblemente fue la que yo compré, porque mi padre era del Círculo de Lectores y cuando llegaba su revista, mis hermanas y yo disfrutábamos mucho del momento. Nos gustaba juntarnos (yo soy la mediana), y elegir un libro cada una.
Ese fascinante pasar página tras página, repletas de portadas de todo tipo, género y color, a la espera de descubrir algo maravilloso, solo era superado por el momento en que llegaban las novelas a casa.
Qué cosas, qué diferente era el mundo por aquel entonces, y cómo adoraba y envidiaba a la vez todo aquello. Yo ya quería ser escritora (¡siempre he querido ser escritora!), pero lo veía realmente difícil. A ver, la red no existía en mi mundo de jovencita y solo tenías la opción del papel. Para llegar ahí, tenías que… mmm la verdad, nunca llegué a descubrirlo, porque no llegué a intentarlo en serio. Las editoriales eran algo muy lejano, bien podían haber estado en otro planeta, y me imponía mucho enviar mis trabajos.
Pero, perdón por divagar, volvamos a «Caprice». Empezaré por reconocer que tardé en percatarme de la profunda relación que tenía su historia con la fabulosa «Rebeca» de Daphne du Mourier, o con la «Jane Eyre» de Charlotte Brontë.
Raíces de «Caprice»
Guardando las distancias (a ver, que a mí me encantó «Caprice», pero está claro que esas dos obras son muy superiores, magníficas), «Caprice» utiliza también la primera persona: es Carla la que nos va revelando la historia, el personaje en cuya piel nos metemos para desentrañar los misterios.
Todos los demás personajes, desde la nebulosa Caprice, pasando por la desconcertante Elsa hasta el guapo y atractivo Thorn de nuestros desvelos, se mueven a su alrededor, más o menos importantes, pero siempre secundarios.
Incluso Thorn, sí. Nos fascina con su amargura, nos enamora con su atractivo, y nos desespera con los muros hechos de dolor y rabia que ha levantado a su alrededor, pero la auténtica protagonista es Carla, como encarnación de la lectora que busca desentrañar el misterio y enamorar al galán.
En la trama, se plantea también la llegada de la protagonista a una casa en la que el señor pena por pasillos en penumbra, atormentado por lo ocurrido con esa primera pareja. Una vez más, «Rebeca» y «Jane Eyre» comparten ese principio.
Nuestras tres protagonistas llegan a casas que tienen casi vida propia, a intentar sobrevivir en el laberinto de personajes y dramas que viven atrapados en ellas.
El amor y la locura en «Caprice»
A través de la historia de Elsa, además, contamos con la presencia del inquietante tema de la locura. En ese punto se relaciona también con la esposa del protagonista de «Jane Eyre» y, si me apuráis con la señora Danvers de «Rebeca», que muy cuerda tampoco está.
Vestidas con la piel de Carla, como dije, intentamos llegar a Elsa, a la hermosa, dorada y delicada Elsa. Tratamos de acercarnos una y otra vez, una y otra vez… En ocasiones hasta sentimos que tenemos éxito. ¡Qué ilusas!
Elsa es un personaje fascinante. A diferencia de Caprice, está allí, está presente, pero resulta tan inalcanzable como ella.
Así, la novela podría describirse también como una lucha por intentar llegar a las dos hermanas y desentrañar su misterio. La morena y pasional Caprice, la dorada y delicada Elsa… Ambas parecen formar los extremos de un mismo sueño que se nos escapa.
Es en el final donde «Caprice» se diferencia más de sus fuentes. ¡Y menos mal! Porque esto es romance y se ajusta a sus propias normas de género.