Algún día escribiré la historia de mi familia de Gallarta. Mis abuelos, casados ambos en segundas nupcias de un modo asombroso, mis tías, mi padre, la terrible guerra civil, la mina… Momentos que no tienen nada que envidiar a tantas novelas o series de tv que hemos visto, porque están llenos de emociones. Pero, hoy, voy a hablaros de MARASIO.

Vaya por delante que era un nombre falso. No sé cuál era el auténtico, nadie lo sabe. Apareció, para cambiar todo mi mundo (y no exagero), en la época en la que mi padre era un niño de unos 7 u 8 años, alguien como los que aparecen en esta fotografía que he encontrado por internet. Un chaval conflictivo, que sacaba malas notas y al que solo podía esperarle el negro futuro de la mina de hierro de Gallarta, donde ya trabajaba mi abuelo, desde que su bando perdió la guerra.

Pero mi padre volvió un día del colegio y se encontró un señor en casa. Mis abuelos le dijeron que le llamase «Marasio», que había sido en tiempos profesor en la universidad y que iba a estar con ellos unos días, mientras se organizaba su paso a Francia. En España no podía quedarse, le buscaban y, bueno, ya sabemos lo que podía esperarle si lo atrapaban los golpistas que se habían hecho con el poder.

Marasio se fijó en mi padre y se ofreció a ayudarle con los deberes. No tardó mucho en descubrir la verdad: mi padre era un niño superdotado, alguien con una inteligencia excepcional que no encajaba en una clase normal. No se sentía motivado, se aburría, con lo que se había ido convirtiendo en un ejemplo de fracaso escolar.

Durante el tiempo que estuvo escondido en casa de mis abuelos, Marasio estuvo dando clases privadas a mi padre, enseñándole a encarrilar todo ese potencial, lo que provocó un auténtico milagro. El cambio en la escuela fue tan asombroso que el profesor se atrevió a buscarle becas para los estudios, y desde entonces fue mi padre quien mantuvo de verdad a la familia (con las 15 pesetas semanales de mi abuelo y lo que ganaban mis tías limpiando, solo se sobrevivía, que eran como media docena en la familia).

Estamos hablando de un niño con alrededor de diez años. Alguien que, además, fue adquiriendo seguridad en sí mismo y en la mente prodigiosa que tenía.

Solo tengo que deciros que, a esa edad, tenía una beca de unas 150 pesetas, buen dinero en la época, pero se enteró de que había otra de 300. Sin embargo, para presentarse a esa tenía que renunciar a la anterior. Así, sin más. Dejarlo todo en la mesa y volver a tirar los dados…

Lo hizo, sin decir nada en casa, y probó suerte, y la consiguió. Menos mal, decía ya de anciano, jaja. La juventud es osada ;DD

Recuerda especialmente el día en que el profesor le llevó a ver al Gobernador Civil de Bilbao, para ver si conseguía fondos para unos estudios superiores. Le dijo «El chico vale, señor, debería ir a la universidad, tendrá éxito estudiando lo que sea, Económicas…» Y el Gobernador Civil, alguien que permanecía en los recuerdos de mi padre como un hombre gordo, muy gordo, con un gran puro entre los dientes, miró con desdén a mi padre, al hijo de rojo que no se merecía la suerte que ya había tenido en la vida y dijo «Perito Mercantil».

Fue todo a lo que pudo aspirar, pero lo era ya con 15 años. Más tarde se presentó a unas oposiciones para un banco y sacó la primera plaza, pero el director le llamó al despacho y le dijo que lo sentía: el hijo de un rojo no podía conseguir ese puesto. Tuvo que presentarse a otras oposiciones en otra empresa, en la cual ya trabajó toda su vida. Para el momento de su jubilación había llegado a ser uno de sus directivos más importantes, con despacho en Bilbao y en Madrid.

De Marasio no puedo deciros mucho más. Un día, al volver del colegio, mi padre descubrió que ya no estaba. Según le contaron, había partido para Francia, y poco después les avisaron de que había llegado con éxito. En mi familia siempre lo hemos recordado con cariño y agradecimiento, y hemos deseado que tuviera una vida muy feliz.

De vez en cuando, no lo niego, busco por internet… Sé que es imposible encontrar nada al respecto, y muy absurdo intentarlo, pero qué más da. Me hubiera gustado saber más de él o ser capaz de localizar a sus descendientes, para agradecerles el paso por nuestras vidas.

Y es que, a veces, cuando pienso en ello, me asombro del cambio tan decisivo que trajo a la mía. Ya veis, hubiera podido ser la hija de un minero, a saber qué posibilidades hubiese tenido entonces de medrar en la vida. Muy pocas, imagino.

Perpo, para cuando yo vine al mundo, mi padre ya tenía una posición y yo pude ser la universitaria, tener una cultura y el futuro que elegí libremente.

Gracias, Marasio.