


Kira Argounova regresa a su ciudad natal tras el fin de la Revolución, un lugar que le resulta extraño porque ha cambiado hasta de nombre. San Petersburgo ahora es el oscuro y gris Leningrado, donde el miedo es como un viento frío que sopla de continuo silbando en sus rincones, y en el que nadie puede ser feliz porque todos están demasiado ocupados, simplemente, con sobrevivir.
Kira comienza a estudiar ingeniería y se producen dos acontecimientos que lo marcarán todo. El primero, es que se enamora. Él es Leo Kovalenski, hijo de un general del derrotado ejército blanco. Leo es guapo, rubio, con un gran carisma, y le arrebata el corazón; pero también es un hombre roto, un señorito bien que ha caído de bruces en el barro de la realidad del mundo y que no tiene fuerzas suficientes como para levantarse.
Sobre todo cuando, una y otra vez, como hijo de un general del bando perdedor, se le ponen todas las trabas posibles.
El segundo hecho importante, es que conoce a Andrei Taganov, joven héroe de la Revolución, al que todos respetan y temen. Andrei, de origen muy humilde, ha luchado a muerte por un sueño en el que todos los rusos pudieran vivir mejor; un sueño que, ahora, con Rusia convertida en un gigantesco pantano de corrupción, comprende que no puede fructificar. ¡Qué iluso se siente! Así son siempre las revoluciones de las sociedades humanas, surgen para eliminar una situación inaceptable, pero siempre terminan tomando el control unos nuevos canallas.
Andrei se enamora de Kira, pero Kira está enamorada de Leo. Esta premisa es el punto de partida de una historia compleja y terrible en la que el hambre, el frío y la desesperación lo controlan todo. Porque, por salvar a Leo, Kira estará dispuesta incluso a entregarse a Andrei, que no sabe que está siendo utilizado…
El título de «Los que vivimos»
«Los que vivimos»… Reconozco que, en este caso, el título no me sedujo de inicio. Para nada. Sí logró hacerlo con el tiempo, tras leer la novela. Solo entonces me di cuenta de que expresa exactamente lo que encuentras entre sus páginas: es la historia de gentes normales, perdidas en la multitud, que tratan cada día de conseguir un poco más de tiempo. De vivir.
Pero, vamos, que al principio no lo entendía ni me inspiraba nada. Creo que es la clase de título que, desde la editorial, te recomendarían que no utilizases. Carece de gancho.
Por eso, no sé yo cómo me decidí, con unos veinte años, a coger esta novela y leerla. ¡Y con esta portada, además! No sé qué piensas tú, pero a mí tampoco me gusta, aunque ahora le tengo mucho cariño, por todo lo que me hizo sentir su historia.
Análisis de «Los que vivimos»
He leído dos veces esta novela. La primera, fue en los años ochenta, y solo puedo decir que me marcó tanto, tanto, que jamás la olvidé, pese a que perdí su pista durante mucho tiempo. Qué se le va a hacer, se la dejé a una compañera, en la universidad (¡¡nunca prestes libros en papel, son muy orgullosos y raramente vuelven!!) y me quedé sin ella.
Pero ya digo, no lo olvidé y menuda alegría me llevé cuando, hace unos pocos años, pude hacerme con otro ejemplar, y de la misma edición. La releí de inmediato y me gustó tanto como la primera vez. Es curioso, porque la recordaba muy bien y no hubo sorpresas, solo deleite.
Cuando la leí en los ochenta, no sabía nada de Ayn Rand ni de su objetivismo (la línea filosófica que desarrolló más tarde, ya en América), o su vida. Luego, cuando me enteré de su origen ruso, imaginé que era autobiográfica, que Kira era una especie de joven Ayn, compartiendo los horrores que vivió en los años siguientes a la Revolución Soviética.
En el libro, contaba cosas que desde entonces siempre rondan mi mente. Como la escena en la que Kira, que se ha hecho una blusa con la tela que se reparte con la cartilla de racionamiento, llega a casa de sus tíos y le abre la puerta su prima, que viste una falda hecha con esa misma tela.
Aunque es algo habitual en toda postguerra (mi propia madre lo vivió aquí, en España), como autora, admiro el modo en que, con ese pequeño detalle, Ayn Rand ayuda a que te des cuenta de lo terrible de la situación en la que está atrapado el protagonista de la historia, el pueblo ruso: la anulación de lo personal, de la identidad propia, para convertirte en masa. Me parece terrible.
O el momento en el que se celebra algo en casa de los tíos de Kira (creo que era allí, en la suya propia, no estoy segura), en otros tiempos una familia con buena posición en el lugar, pero ya más pobres que las ratas. Así, vemos cómo los invitados llevan cada cual lo que le es posible, porque ni de lejos nadie puede ofrecer una comida a los amigos, habiendo tanta hambre.
Unos llevan pan, otros unas lonchas de mortadela, otros un poco de queso…
Y muchos días, cuando me levanto en invierno, en mi casa sin calefacción central, temblando de frío, miro el grifo del baño y me siento muy afortunada, mucho, porque recuerdo cuando Kira tenía que dejarlo goteando por las noches. De otro modo, se congelaba el agua y se estropeaban las cañerías. ¡Eso sí que era pasarlo mal!
El objetivismo de Ayn Rand: egoísmo racional y capitalismo puro
Yo no comparto muchas ideas de Ayn Rand, puesto que pocas cosas en la vida me repugnan tanto como el egoísmo, y su objetivismo no deja de ser un canto total al capitalismo puro (llamado también capitalismo laissez-faire). Al sálvese quien pueda y allá se arregle el resto, vaya.
Eso, me parece demencial y reprochable. Es verdad que el Estado no debe traspasar ciertos límites, que el individuo debe vivir en un entorno de libertades que procuren su felicidad, porque está en nuestra naturaleza el anhelo de ser libres; pero el Estado debe existir, como expresión común de todos, como unión de fuerzas, para mejorar la vida de todos.
Porque no todos nacemos en el mismo punto (Ayn Rand era de familia acomodada, con parientes en EEUU y se pudo permitir viajar allí, alegando una visita corta, pero con ninguna intención de regresar, al contrario de millones de otros rusos), ni todos conocemos un día por casualidad a Cecil B. De Mille, así porque sí, lo que nos soluciona la vida.
No todos tenemos la misma inteligencia ni la misma fuerza; ni siquiera el mismo humor con el que afrontar la vida. Pensar solo en uno mismo, es inaceptable desde mi punto de vista.
YO y mis muchas circunstancias, esas que me hacen única
Pero, al igual que la autora, sí siento esa intensa necesidad de ser yo, yo y yo y más YO frente al mundo, frente a todo. Mi identidad, mi esencia, mi aportación original. Por eso no sigo modas (si alguien dice que ese año se llevan los pantalones pirata, porque así lo ha decidido alguien que ni conozco ni me interesa, para mí es el momento ideal para ponerse falda tubo), ni he entendido nunca el fanfic, que se pierda el tiempo trabajando sobre historias y personajes de otros, por mucho que hayan gustado.
Me temo que, si fuera por mí, los influencers tendrían que buscarse un trabajo de verdad en este duro entorno laboral en el que vivimos. Y, bueno, mil cosas más.
También comparto con la autora el odio absoluto por las tiranías, me da igual si son socialistas o capitalistas. En el fondo, aunque la parafernalia de principios pueda cambiar, lo que palpita en el interior de toda dictadura es el deseo de unos pocos por controlar la economía y someter al resto. El control de las masas es algo terrible.
Versión película de «Los que vivimos»
Como anécdota, os contaré algo que he descubierto al leer sobre el tema: al parecer, en la Italia de Mussolini se hicieron dos películas (aunque al final, terminaron condensadas en una sola. Yo la vi, aunque no tenía ni idea de todo esto), basada en esta novela.
Noi, vivi y Addio, Kira, se titulaban, y se hicieron sin que su autora se enterase de nada. Solo lo descubrió tras la segunda Guerra Mundial.
Ambas películas, rodadas a lo largo de cinco meses, y muy ajustadas a la historia de la novela, tuvieron un gran éxito. Tanto, que los entusiasmados italianos las enviaron a sus aliados nazis, para que vieran qué magnífica propaganda anti-soviética habían creado.
Pero los nazisque tenían más visión que ellos, se indignaron y los conminaron a que las retirasen de inmediato de circulación. Por supuesto, se habían percatado de que la historia de Ayn Rand no era solo una crítica rabiosa contra el estado soviético, sino que afectaba a todas las tiranías, del tipo que fueran. Incluso las suyas.
Eso, sí lo comparto con ella. Por completo.
En la España de Franco, aliado de nazis y fascistas varios, también se proyectó, por lo que nuestro país tuvo el dudoso honor de ser uno de los tres demandados por la autora. Tras las negociaciones pertinentes, Ayn Rand dio finalmente su permiso para que se siguieran proyectando en cines (imagino que algo cobraría, pero desconozco detalles del acuerdo).
Una sola película
En los ochenta, si no recuerdo mal, es cuando se hizo esa versión unificada de ambas películas que he mencionado antes, lo que obligó a la eliminación de cosa de una hora de metraje. Como título quedó el Noi,vivi y creo que esa es la que yo la vi hace unos años, subtitulada. Seguía ajustándose bastante a la novela, pese a los cortes.
La belleza de Alina Valli
Por si os interesa, Kira Argounova fue interpretada por Alina Valli, la que más tarde protagonizaría El tercer hombre (1949) de Carol Reed, El proceso Paradine (1947) de Alfred Hitchcock, o Senso (1953), de Luchino Visconti. También interpretó, cosas de la vida, otra película basada en otra historia de la misma autora. Se trata de A través de las nubes de Goffredo Alessandrini, que adaptaba El manantial, una novela de Ayn Rand mucho más famosa que esta de la que hablo.
Los personajes de «Los que vivimos»
Hay muchos personajes, como te puedes imaginar. Las familias, los amigos, los conocidos, los enemigos… Gentes del pueblo, moviéndose en una actividad incesante Muchos de ellos son muy curiosos y merecerían una mención, pero me voy extendiendo demasiado, así que me voy a ajustar al trío protagonista.
1.- Kira Argounova
Te diré que Kira es maravillosa, alguien con quien cualquier muchacha (si no recuerdo mal tiene dieciocho años al inicio) puede identificarse y fluir con el avance de la trama. Una joven fuerte, inteligente y decidida. Está atrapada en un mundo que la asfixia, que no le gusta, pero no quiere renunciar a la esperanza. Y ama, ama profundamente, de una forma tan completa que a mí, personalmente, me provocaba emociones encontradas.
No estoy segura del porqué. Quizá porque, la verdad, sigo sin entender que prefiriese a Leo antes que a Andrei. Leo era el pasado y era el ejemplo de quien se siente derrotado y se hunde como una piedra en el mar Negro. Cegado por la desesperación, no le importa que sea ella la que cargue con el peso de su supervivencia. ¿Por qué entonces, se aferra tanto a él? Bueno, sí, seguramente era más guapo, pero vamos, que yo prefería mi veces la serenidad y la inteligencia de Andrei.
2.- Leo Kovalenski
Como digo, Leo no fue nunca santo de mi devoción. Representa el pasado, el bando vencido, el mundo de lujo y privilegios que se ha hundido con la revolución (con el que surgió otro del mismo pelo, claro). En mi memoria siempre aparece como un lastre en el avance vital de Kira. Como si la joven no lo tuviera ya de por sí bien complicado por el hambre, la miseria o las depuraciones políticas…
Leo también lo tiene mal, no lo niego. Las represalias contra los vencidos llegaban al punto de que los dejaban sin nada, enfrentados a la más espantosa miseria, a una muerte lenta y terrible. Está claro que seguían buscando exterminarnos por completo, aunque fuera de otro modo.
Leo, que había crecido mimado por la vida, no era alguien capaz de mantener esa lucha, y se rinde. También es verdad que enferma (tuberculosis), lo que mina la voluntad de cualquiera. Además, como decía antes respecto a las circunstancias externas, cada cual somos quienes somos y lo somos a nuestra manera. No todos nacemos con la misma fuerza vital, ni tenemos los mismos límites, respecto a lo que somos capaces de soportar.
Sí, estoy pensando que siempre fui demasiado dura con Leo. ¡Pero es que me encantaba Andrei!
Además, mientras que Kira sacaba fuerzas del amor que siente por él, para seguir luchando, Leo no se preocupa lo más mínimo por ella. No lucha, aunque sea a la desesperada, aferrándose a la esperanza, como hace Kira. Si tanto la amaba, ¿por qué no seguía luchando, aunque solo fuera por no dejarla sola en semejante situación?
Ella amaba más que él, sin duda alguna. Claro que, pocos serían capaces de amar tanto como Kira Argounova.
3.- Andrei Taganov
Andrei es un hombre hecho a sí mismo. De origen humilde, personifica a aquellos que lucharon en la Revolución y siguieron ajustándose a sus directrices una vez conseguido el triunfo. Lo que hubiera debido ser, en definitiva. Alguien incorruptible, comprensivo y amable, pese a la posición que le ha tocado ocupar. Alguien que ama tanto a Kira que es capaz de todo por ella, incluso cuando descubre que ha sido traicionado.
Eso, sí que es amor. Créeme, yo escribo romance, y jamás he encontrado personajes que amen tanto como Kira y Andrei. Ni siquiera Rhett y Escarlata, si me apuras. Bueno, pensándolo bien, quizá Arlington y Ana Cruz-Ortega, de mi Trazos secretos, arrastrados al amor pese a las sospechas y odios. Pero Kira y Andrei no tienen su suerte.
Si me animase algún día a escribir fanfic (lo dudo mucho, apenas tengo tiempo para crear lo mío), haría algo al respecto. Una variación de la historia en la que ambos terminasen juntos y felices. Se lo hubieran merecido por completo.
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